LA
SONRISA DE LÍA
Esta es una historia con su parte de verdad, su parte de fantasía y su buena dosis de esperanza. Déjense llevar por la imaginación, por el corazón y sobre todo crean, que no hay arma más poderosa que la voluntad del ser humano.
LA
TORTUGA
Cuenta la
leyenda que una vez existió sobre la tierra el Hada de la Buena
Voluntad. La cual tenía el poder de concederte todos tus deseos. Eso
sí, cada cosa que quisieras lo lograrías a través de un reto que
ella misma se encargaría de valorar si debía ser pequeño o grande.
Según de grande o pequeño fuera el deseo. Y con la incertidumbre de
no saber exactamente de qué tamaño sería su reto, aunque sabía
que grande era su deseo, se encaminó Elen a conocer al Hada de la
Buena Voluntad.
Elen era
una anciana tortuga encargada de cuidar a cada una de las nuevas
tortuguitas. Era buena, generosa y sobre todas las cosas tenía un
corazón bondadoso, que se hizo pedazos el día que nació Lía.
Lía era
al principio como todas las demás. Con su pequeñito caparazón, su
diminuta cabeza y sus minúsculas patitas, traseras y delanteras. Era
casi, casi, como sus amiguitas tortugas. La única diferencia de Lía
era que carecía de movimiento. Podía oír, ver, sentir, aprender y
sobre todo sonreír. Ese era su mayor encanto. Cuando alguien conocía
a Lía, no veía en ella su falta de movilidad, sino la paz que
mostraba, la fantasía, la felicidad de saberse, aunque fuera
distinta, querida. Todo esto y más cosas cabían en un gesto que
transmitía todas estas maravillas. Su risa era la luz, que sólo
tienen los seres especiales como Lía.
Pero su
mundo exterior era tan complejo y ajeno al interior que Elen se
prometió a sí misma conseguir equilibrarlos, costara lo que
costara. Así que con la determinación por bandera, cogió a Lía y
la subió a su viejo y enorme caparazón. Y juntas se encaminaron a
ver al Hada de la Buena Voluntad.
LA
TORMENTA
Y juntas
llegaron por fin.
Se podría
decir que el estado de ánimo, en el cual estaban inmersas, iba y
venía, entre el miedo, la incertidumbre y la felicidad que
conllevaba el poder conseguir un mundo exterior que fuera más cómodo
para la pequeña.
Y Elen,
sabiendo todas estas cosas, se las expuso al Hada de la Buena
Voluntad, que la escucho, atenta y pacientemente, mientras paseaba
sus ojos, de la una a la otra. Hasta que entre tanto paseo paró en
seco para dejarse atrapar por la dulce sonrisa, proveniente de la
pequeña tortuguilla. Se conmovió ante algo tan tierno y no pudo
menos que pensar qué como algo tan enormemente sobrecogedor procedía
de algo tan diminuto.
Tras la
conmovedora exposición que Elen hizo de Lía, el Hada se retiró a
deliberar cuán de grande sería el reto, pues como ya sabemos,
grande era el deseo. Y pensando, pensando, en la fuerza de voluntad
de la anciana tortuga y en la preciosa risa de Lía, se le antojó
que el reto, junto con la solución a sus deseos, sería superar El
Bosque de la Tormenta, donde tendrían que vencer a la lluvia, al
viento, al relámpago y al trueno. En este bosque se encontraba La
Pirámide de los Tapones Mágicos, que tenía la capacidad de darle
un mundo mejor a Lía, colmando así la dicha de Elen.
Todos estos
elementos tenían un terrible poder. Cegaban los ojos, ensordecían
los oídos pero sobre todo endurecían el corazón de los habitantes
del bosque.
Como el
Hada de la Buena Voluntad era muy justa y viendo la vejez de la una y
la niñez de la otra, para que consiguieran vencer a los elementos,
les otorgó un compañero de viaje. Se llamaba Don Elefante, un
paquidermo joven, listo, fuerte y sobre todo dotado con un ingenio
capaz de conmover, en lo más profundo, a las almas más duras.
LA
PIRÁMIDE
Hasta allí
se encaminaron los tres. Don Elefante llevando en su lomo a la
anciana Elen y ésta portando en su viejo caparazón a la tierna Lía.
Mientras caminaba el joven paquidermo, iba sumido en sus
pensamientos, rumiando cómo vencer las dificultades que entrañaban
los cuatro elementos del Bosque de la Tormenta. Sabía que era un
bosque muy particular y especial. Sus habitantes tenían el don de
poder fabricar tapones mágicos, pero estos seres no eran felices, ya
que estaban sometidos al yugo de los elementos, los cuales no querían
que construyeran la pirámide. Sabían que ésta tenía mucho poder y
querían que los tapones mágicos que la formaban fueran para ellos.
Así que
para que los habitantes del bosque no los regalaran, tramaron un
malvado plan. La lluvia y el relámpago cegarían los ojos, así sus
habitantes no podrían ver la ternura, la belleza, que hay en la
solidaridad. El viento y el trueno no les dejarían escuchar cuánto
bien se podría hacer con aquellos tapones. Los malvados elementos
tenían tan claro que era un bien tan preciado, que harían todo lo
posible por retenerlos.
Pero ninguno
contó con algo que ni en sus peores pesadillas hubieran imaginado.
La extraña figura triple que, con enorme determinación, hacia ellos
se dirigía.
Y hasta
allí se encaminaron llegando por fin a su destino. Lo que sucedió,
tal vez sea lo más real de esta historia que les cuento y lo más
mágico.
Tras mucho
pensar, Don Elefante decidió que utilizaría su ingenio para
contarles una historia dura, tierna y maravillosa. Con voz
emocionada, se dirigió a los habitantes del bosque. Comenzó su
discurso diciéndoles que imaginaran por un momento, sólo un
instante, que son seres diminutos, que se parecen a los demás, sin
llegar a serlo. Que viesen la dificultad de sus diferencias, la
incapacidad de no poseer movimiento, las necesidades que esto
conlleva, todos por un momento, por un instante que les pareció
eterno, se sintieron como Lía. Y entonces sucedió lo más mágico
del cuento de Don Elefante. Les mostró el mundo interior y
maravilloso a través de la sonrisa de la pequeña tortuga. Como
punto final, Don Elefante terminó su relato diciendo: ¿No
querrían todos ustedes proporcionarle un mundo mejor como, con todo
su corazón, desea darle Elen?
Cuando
lograron al fin entender todo esto, no hubo ya ni lluvia, ni
relámpago que los quedara ciegos. Ni viento, ni trueno que los
mantuviera en terrible silencio. Comprendieron que a veces la
felicidad está en las cosas simples de la vida y que se puede oír,
ver, sentir, aprender y sobre todo sonreír, como lo hacía la
pequeña tortuguilla.
Y todos
sus tapones mágicos formaron una pirámide enorme que no le devolvió
el movimiento, pero sí le dio felicidad y dicha a Elen, por poder
mejorar en muchas maneras su mundo externo. Y sobre todo, un
bienestar que hizo por siempre eterna la sonrisa de Lía.
FIN
María Martínez
Diosdado
Este cuento esta dedicado a Alicia, Belén y Adrián.
ResponderEliminarEste cuento va dedicado a Alicia, Belén y Adrián.
ResponderEliminarUffff.... Lo superaste. Lagrimilla y todo (marian cg)
ResponderEliminarMil gracias y millones de besos!!
ResponderEliminarUn cuento muy metafórico y sobre todo precioso!
ResponderEliminarCon cada relato que leo me sorprendes más María!
Simplemente genial :)
Gracias guapetón!!
ResponderEliminarCada vez que la leo me emociono mas.
ResponderEliminarCada vez que la leo me emociono mas.
ResponderEliminarOlé por fin un comentario tuyo amor mio!! Gracias besos.
ResponderEliminarPrecioso cariño como todo lo que escribes. Un besote
ResponderEliminarMuchas gracias guapa. Con este cuento volví a escribir. Es mágico!!
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